Descubra la Sabiduría de los auténticos Maestros de la Cábala
Recursos - Jonás

Jonás defendió el honor del niño (Israel) más que el honor del Padre (Dios) (Mechilta, Pesikta 28).
Entró en la boca del pez como un hombre que entra en una gran sinagoga, y pudo ponerse de pie. Los dos ojos del pez eran como ventanas transparentes que daban luz a Jonás y le permitían ver todo lo que había en las profundidades del océano... (Pirke d'Rabbi Eliezer 10).


“Y el Señor preparó un gran pez para tragarse a Jonás” (Jonás 2:1). Este es el verso que el padre Mapple emplea como texto de su sermón a los desafortunados compañeros del Pequod. El padre Mapple, asistido por Herman Melville, es un expositor brillante aunque temible. Reconoce la gran complejidad y angustia que hierve dentro de Jonás, el más reacio de todos los profetas típicamente reacios de Israel, quien, ante la tarea de entregar un mensaje de arrepentimiento al enemigo de Israel, los ninivitas, huye y toma un barco hacia el puerto extranjero de Tarsis.
Se puede abandonar al Señor, pero no en el caso de un profeta. El Todopoderoso está acostumbrado a la obstinación; de hecho, parece una característica destacada de sus instrumentos “elegidos” de la Palabra. Sin embargo, Jonás va demasiado lejos. ¿O él? En una sorprendente “recreación” midráshica de la narrativa, Jonás es visto como el defensor de Israel, más que como un cobarde que evita su misión. Esto es menos extraordinario de lo que parece a primera vista. Los profetas de Israel, comenzando con Abraham, recibieron “puntos” de justicia por ayudar a la nación. Defender al “hijo” contra el “Padre” siempre fue un modus operandi aceptable en una discusión con la Corte Celestial.
Pero primero, Jonah necesita tiempo para calmarse. Sumergido en el océano por sus legítimos y temerosos compañeros de marina, es tragado, "boca arriba", por el Leviatán submarino durante tres días y tres noches. Los rabinos perciben la enorme cámara interior del pez como una "sinagoga" en la que Jonás internaliza el propósito de su misión.
Al final, los ninivitas se arrepienten, pero Jonás, fiel a su pueblo a pesar de su perversidad, está inconsolable. Construyendo una sucá en el lado este de la ciudad, miserable y sofocante bajo un sol implacable, maldice su existencia. El Señor prepara una calabaza para darle sombra a Jonás y luego hace que se seque con el calor. Mientras Jonás se retuerce de miseria, le pregunta al profeta el alcance de su ira. Jonás responde sin vacilar: “Estoy muy enojado, hasta la muerte”. A lo que Dios responde: “Tú has tenido compasión de la calabaza, por la cual no has trabajado... y ¿no debería yo tener compasión de Nínive, esa gran ciudad, donde hay más de sesenta mil personas que no pueden discernir entre su mano derecha y su mano derecha? ¿Su mano izquierda? (Jonás 4:9-11)
Era una pregunta retórica. Pero Jonás habría sido prudente tomárselo como algo personal porque, al igual que los ninivitas, estaba teniendo considerables dificultades para distinguir su “mano derecha de la izquierda”.